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La era liberal - Vida Cotidiana
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Por Alejandro Rosas
A mediados de la década de 1850, cuando se acercaba el ascenso de la generación liberal, varios periódicos circulaban en la ciudad de México. Para saber acerca de la vida política nacional y otros asuntos era posible adquirir El Siglo XIX, El Universal, El Orden o El Monitor. Los temas sociales, la cultura y las buenas costumbres aparecían en los semanarios como El Museo de las Familias, La Ilustración o La Semana de las Señoritas.
Por entonces, el lago de Texcoco todavía mostraba su legendaria belleza. Varias compañías de vapores prestaban el servicio para navegar por el gran espejo de agua donde se reflejaban el Popocatépetl y el Iztacíhuatl. La gente podía abordarlos para viajar a Santa Anita e Ixtacalco.
Otros paseos -típicos de los fines de semana-, tenían como destino Mixcoac, San Ángel, Coyoacán o San Agustín de las Cuevas (Tlalpan). Si la gente deseaba tomar la diligencia a Tlalpan debía abordarla en la calle de San Agustín; si el paseo era a San Ángel y Coyoacán “sale diariamente del café de la calle de las Damas y vuelve el mismo día: precio del asiento de ida y vuelta, 1 peso”. A Chapultepec y Tacubaya, el ómnibus partía del callejón de Dolores.
Cuando el dinero no alcanzaba para salir de la ciudad, era común caminar por la calle de San Francisco, disfrutar de la Alameda, recorrer el Paseo de Bucareli o el de las Cadenas junto a catedral. Los teatros más concurridos eran El Principal, el de Santa Anna -ubicado en la calle de Vergara (hoy Allende y 5 de mayo)-, donde se presentaban compañías de ópera provenientes de Europa. Existían dos plazas de toros y era posible asistir al Circo que se levantaba en el Paseo de Bucareli.
La sociedad solía reunirse en los cafés de moda como El Progreso, la Bella Unión, la Gran Sociedad o en El Bazar, todos ubicados en el centro. La gente con menos recursos frecuentaba la fonda de la calle de Tlapaleros número 18 (hoy 16 de septiembre) mejor conocida como El Moro de Venecia. Ahí, por dos reales recibían un almuerzo con huevos al gusto, guisado de chile, bistec, costillas o asado, frijoles fritos, un vaso de pulque o café con leche. A la hora de la comida, por tres reales la fonda ofrecía caldo, sopa de pan, arroz o masa, puchero de ternera o carnero, un guisado, un asado de carne con ensalada, pastas de dulce. También se podía comer a la carta pero el precio de los alimentos aumentaban considerablemente. Los domingos se servía mondongo a la andaluza, bacalao a la vizcaína y sopa de ravioles.
En aquellos años, varios acontecimientos llamaron la atención de los capitalinos: se estableció la primera línea telegráfica que iba de la capital al puerto de Veracruz y entre bombos y platillos se anunció la construcción del ferrocarril México-Veracruz. La gente presenció el traslado de la famosa estatua ecuestre de Carlos IV -“el caballito”-, del patio de la Universidad de México a la entrada del paseo de Bucareli, operación que se llevó más de una semana. A instancias del presidente de la República, don Mariano Arista, se abrió una tercera puerta en Palacio Nacional llamada, en su honor, “la puerta mariana”. La sociedad se sorprendió también con las primeras ascensiones en globo realizadas en la Alameda. Con todo, ninguno de estos hechos alteró la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad de México.