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""Desde el asesinato del presidente Madero y vicepresidente Pino Suárez, la situación en toda la República y especialmente en la Capital es insostenible para todo el que no está con el gobierno. Diariamente se está quitando la vida a muchos ciudadanos por orden de Huerta y sus compinches. El pueblo está horrorizado y dispuesto a sacudir la nueva dictadura junto a la cual, la de Porfirio Díaz no es tan sangrienta. Todas las libertades han desaparecido y el pueblo llora la eterna ausencia de su querido presidente, ante cuya tumba se depositan centenares de coronas todos los días, con leyendas como está: ""Mártir de la libertad, descansa en paz, el pueblo te vengará"". De este modo escribió el diputado Roque González Garza, dos semanas después del golpe de Estado contra Madero. Bajo ese mismo tenor y con la firma y publicación del Plan de Guadalupe, daba inicio la fase armada conocida como Constitucionalista, que encabezó Venustiano Carranza, entre otros, y de la cual se conmemora su primer centenario.
Ante el magnicidio de febrero de 1913, Carranza, convocó a diversas fuerzas armadas con el fin de enfrentar al gobierno ""usurpador"" de Victoriano Huerta y de restablecer el orden constitucional. Dichas fuerzas no nacieron de manera espontánea, se trataba de grupos militares, que pertenecían, algunos de ellos, a la primera fase de la lucha armada de 1910 y que por diversas razones se mantuvieron en activo, combatiendo a los grupos contrarrevolucionarios que surgieron durante el maderismo (Álvaro Obregón, Pablo González, Francisco Villa, entre otros).
De este proceso hay dos cosas que valdría la pena destacar. La primera de ellas, la figura de Carranza. Don Venustiano, quien se hizo elegir como Primer Jefe del movimiento, nunca contó con la confianza ciega de los grupos revolucionarios, sobre todo por su raigambre y origen porfirianos. Y aunque se sumó al primer llamado revolucionario, el maderista, siempre mantuvo su independencia de pensamiento, generando suspicacias militares y políticas.
Sin embargo, este estigma de su imagen fue borrado tenuemente por él mismo al hacer pública la contestación a los generales Huerta y Díaz, ante la invitación a participar en su gobierno recién concluyó la decena trágica:
""Por toda contestación a las indignas proposiciones, que ustedes me hacen por medio de su carta del 27 de febrero, les manifiesto, que los hombre como yo, no prevarican ni se venden, eso queda para ustedes; cuyo sólo objetivo en la vida es la vergonzosa satisfacción de innobles ambiciones. Levanten su negro pendón de negra ignominia, eleven sobre el país entristecido, la voz que gritó traición y muerte, que yo junto con el pueblo mexicano, alzaré del fango a que habéis arrojado la bandera de la Patria. Si caigo defendiéndola, habré conseguido, que mi pobre gestión en la vida, merezca el mayor premio, a que aspirar debemos nosotros los hombres honrados"".
Estas palabras amainaron el ambiente, aunque las futuras acciones de Carranza lo volvieron a colocar en la mira de la desconfianza. Entre ellas, su negativa a firmar el Plan de Guadalupe (aunque existen varias copias originales del Plan, que cuentan con la firma de Carranza sobre el impreso).
Justamente sobre esto último versa el segundo tema a destacar. Específicamente, tiene que ver con la redacción y firma de el Plan de Guadalupe, a través del cual, se buscaba la legalidad del movimiento constitucionalista. Como se sabe, dicho Plan fue publicado el 26 de marzo de 1913 en la Hacienda de Guadalupe, en Coahuila, aunque existen copias taquimecanografiadas, fechadas con tres semanas de anterioridad, las cuales, como borradores, no distan mucho del documento final.
Una discusión ya rancia, quizá del tiempo en que el país consiguió su independencia, es la que tiene que ver con su historia intelectual. Que si los modelos constitucionales son una copia de los norteamericanos y franceses; que si los planes y proclamas se deben más a las circunstancias e instintos de sus precursores, más allá de regirse por una ideología preclara; que si la falta de consolidación de un Estado se debe a que, entre otras razones, sólo se ha considerado los intereses y ambiciones de particulares sobre los de la Nación de quien los impulsa.
Si bien existen casos aislados al respecto, y nunca claramente ponderables, tan sólo bastaría echarle una mirada a los ""abajo firmantes"" para darse cuenta que su escasa formación intelectual arroja muchas dudas acerca de su autoría ideológica.
En el caso específico del Plan de Guadalupe, si bien éste carece de cualquier pretensión social, y entre sus postulados sólo se llama a las armas para derrocar al gobierno de Huerta, no se encuentra ningún personaje que destaque por su nivel intelectual e ideológico y mucho menos se halla en él, ningún argumento legal que sostenga el movimiento.
Salvo los casos de Alfredo Breceda y Francisco J. Múgica, todos los demás firmantes del Plan que aparecen al calce son militares con estudios en la ""escuela de la Revolución"". Por lo que podría considerarse, como lo señaló el mismo general Obregón, Jefe del Ejército del Noroeste en este movimiento, que cualquier acción ""bajo el amparo de este documento rayaba totalmente en la inconstitucionalidad"".
Por ello no es de extrañarse que, como lo mencioné anteriormente, existieran copias del documento tres semanas antes de su publicación, lo que pudiera indicar que éste no se redactó ni se firmó el mero día 26, sin la revisión de alguien con más alcance intelectual que un mero escribano.
De hecho, el propio Roque González Garza, Diputado Federal y ""revolucionario"", como se autodenominaba, se reunió con Carranza para discutir los términos del Plan y hacerle ver al Primer Jefe que el documento contradecía la realidad, pues en su caso, al haber Huerta desconocido al poder legislativo, emanado de la ilegalidad, él, junto con sus compañeros del la XXVI Legislatura, aún conservaban sus fueros como diputados, por lo que argumentar en el Plan que el presidente Provisional, en este caso Carranza, al triunfar, convocaría a elecciones, estaría aceptando de facto, la ilegalidad del gobierno huertista.
Carranza no quiso escuchar. González Garza decidió romper con el movimiento y se enroló a las filas villistas, que no tardarían mucho en abandonar completamente el carrancismo.
En su primer centenario el Plan de Guadalupe revela nuevas inquietudes, las cuales alertan significativamente, al ser uno de los documentos fundacionales del México moderno y por ello una de las bases en que el país encontró su institucionalización.