¿Una residencia oficial?

La reconstrucción - Vida Cotidiana

A diferencia del México prehispánico y de los tres siglos del virreinato, durante el siglo XIX no se acostumbraba que el presidente ocupara una residencia oficial durante los años de su gobierno.

Palacio Nacional siempre fue considerado exclusivamente el lugar donde el presidente debía ejercer su autoridad y tomar sus decisiones. La tradición del poder estaba plasmada en sus muros; habitaba sus pasillos, se colaba entre sus escalinatas y salones. El poder había echado raíces en ese lugar, al menos desde el siglo XV, cuando el imperio azteca comenzó su apogeo.

En el México virreinal, el Palacio Real -hoy Nacional-, tenía dos funciones: era el lugar donde residía el virrey con su familia y el sitio donde se encontraban los salones de gobierno. Por entonces, el Palacio no era un lugar infranqueable. En la planta baja se encontraban accesorias y bodegas para el comercio que se realizaba en la plaza mayor y en el primer piso se localizaban las habitaciones y salones del virrey. El movimiento cotidiano de gente se detenía sólo para ver pasar al virrey cuando entraba y salía del palacio y sólo algunas autoridades tenían permiso de subir al primer piso.

Al consumarse la independencia, el Palacio dejó de ser la residencia de los nuevos gobernantes. La mayoría establecía su domicilio en alguna calle cercana y, como cualquier ciudadano, sin grandes despliegues de seguridad, el gobernante tomaba su carruaje o caminaba para llegar a Palacio Nacional donde también se encontraba el recinto del Congreso de la Unión.

A su llegada a México, Maximiliano de Habsburgo no quiso ocupar las habitaciones del Palacio Nacional porque encontró chinches en los muebles. En 1864, decidió establecer su residencia en el Castillo de Chapultepec y revestirlo con una nueva dignidad, similar a la del castillo de Miramar, su amada propiedad edificada en Trieste frente al mar Adriático.

El archiduque austriaco embelleció el castillo, ordenó la construcción de la rampa de acceso, mejoró sus salones y encomendó la traza del llamado Paseo del Emperador -hoy Reforma-. Estaba dispuesto a convertirlo en su palacio, pero las bayonetas republicanas se lo impidieron.

Con el triunfo de la República en 1867, la posibilidad de utilizar el castillo de Chapultepec como residencia oficial quedó abierta. Sin embargo, ni Benito Juárez ni Sebastián Lerdo de Tejada lo habitaron. El lujo heredado por el imperio de Maximiliano no correspondía a la austeridad republicana demostrada por don Benito a lo largo de su gestión presidencial, misma que continuó bajo la administración de Lerdo.

Juárez tenía su domicilio en una casona de la colonia San Rafael -Lerdo vivía en la calle del Empedradillo, hoy Monte de piedad-; luego del fallecimiento de su amada Margarita, don Benito decidió establecer su residencia en el ala norte del Palacio Nacional. Ocupó sus habitaciones poco más de un año, hasta su muerte ocurrida el 18 de julio de 1872.

Residir en el castillo, en Palacio o no vivir en ellos, era una decisión discrecional y exclusiva del gobernante en turno. Porfirio Díaz rehabilitó el castillo, ordenando mejoras como la introducción del elevador, la construcción de un boliche, la ampliación de salones, colocó vitrales y esculturas. Sin embargo, lo ocupaba exclusivamente durante la época del verano o para magnas recepciones; el resto de las estaciones del año, disfrutaba de la comodidad de su domicilio particular, en la calle de Cadena 8, actualmente Venustiano Carranza, ubicado a unas cuadras de la plaza mayor, por lo que don Porfirio solía caminar para llegar a Palacio Nacional.

Madero no tenía casa mas casa en la ciudad de México que la de sus padres, en la calle de Berlín de la colonia Juárez, por eso decidió permanecer en el castillo de Chapultepec; Carranza en cambio, no prestó atención ni al castillo ni al palacio, ni siquiera a La Hormiga, que fue incautada bajo su gobierno; prefirió arrendar una casona porfiriana en la calle de Lerma 35. Los sonorenses, Obregón y Calles, le sacaron provecho al castillo y desde lo alto del cerro del chapulín, acabaron con sus enemigos políticos.

Al comenzar la década de 1930, no existía una residencia oficial propiamente dicha -aunque el castillo había sido el más utilizado por los últimos gobernantes-. En cierto modo, los avatares de la política mexicana desde 1910 -las revueltas, las intentonas golpistas y 16 presidentes en 24 años (1910-1934)-, hicieron imposible la estabilidad y por consiguiente, pensar siquiera en algo que no era una prioridad.

Hacia 1934, nuevos tiempos comenzaron. La república transitaba hacia una época de paz, crecimiento y estabilidad. El nuevo presidente, Lázaro Cárdenas fue el primero en imponer su propio estilo en todas las esferas del gobierno, incluso en el lugar y la forma como debía vivir el presidente de la República. Había llegado el tiempo de crear una residencia oficial y el rancho la Hormiga aguardaba un nuevo lugar en la historia.