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Parecía uno de tantos pueblos perdidos en la inmensidad del mapa mexicano, condenado al olvido, cuando Coahuila y Texas, unidos, conformaban un sólo estado en los albores de la república hacia 1824. La guerra contra Estados Unidos, sin embargo, cambió su suerte. Con el despojo de más de dos millones de kilómetros cuadrados (1848), de la noche a la mañana, Piedras Negras se convirtió en una importante y próspera población fronteriza unida con Eagle Pass a través de un puente internacional.
Durante el porfiriato, años en que el ferrocarril acercó a México y Estados Unidos, Piedras Negras tuvo un desarrollo notable. Las oportunidades de trabajo, las posibilidades de abrir negocios o simplemente de subsistir, eran mucho mayores que en otras regiones del país: el comercio libre e internacional desarrollado en ambos pueblos permitía pensar en un futuro mejor. La gente no solo conocía las mercancías propias de ambas naciones, también disfrutaban de las que provenían de Europa traídas desde Galveston: vinos, whisky, alimentos, ropa, calzado, muebles. Todo podía conseguirse en aquel punto de la línea divisoria.
José Vasconcelos pasó su infancia en Piedras Negras, asistiendo a la escuela en Eagle Pass. Su padre, funcionario de aduanas del gobierno mexicano, fue enviado de trabajo a la frontera y durante años la familia conoció el rostro de ambos países: “Eagle Pass adelantaba. Casi de la noche a la mañana se erguían edificios de cuatro y cinco pisos, se asfaltaban avenidas. Entre tanto, Piedras Negras entregábase a las conmemoraciones y holgorios sobre el basurero de las calles y las ruinas de una construcción urbana elemental”.
Sin embargo, cuando el progreso se presentaba soberbio y el crecimiento parecía imposible de hacer alto, las dos naciones que se jactaban de ser modernas sentían en carne propia las fuerzas de la naturaleza que dejaban caer su furia, ante la mirada atónita de mexicanos y estadounidenses. En más de una ocasión, el caudal de río Bravo y de sus ramales se desbordaron sembrando dolor y miedo entre la población.
Pocos años antes de finalizar el siglo XIX se registró una de las mayores desgracias. “Para contemplar de cerca la corriente –escribió Vasconcelos-, numerosos vecinos de los dos pueblos pagaron el acceso [al puente internacional]. Desde la aparente seguridad de los entarimados, era emocionante observar el torrente. Imponía el oleaje formado en torno de las dobles y gruesas pilastras; conmovía los hierros de la estructura. Nadie advirtió que las ramazones acarreadas por la corriente se acumulaban en ciertos sitios, aumentando enormemente la presión. Inesperadamente crujieron las junturas, se desgarró la madera y cayó un tramo a la corriente, luego otro, arrastrando ambos centenares de personas que se hundieron en el agua para siempre… La mayor parte de los que cayeron al agua pereció al instante”.
Piedras Negras ha sufrido continuamente el embate de la naturaleza, así lo registra su historia. Sin embargo, también en el pasado ha quedado escrito con orgullo, que frente a la adversidad, la centenaria población ha sabido ponerse de pie.