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Por Alejandro Rosas
Era un sabio. Hablaba latín español, alemán y flamenco. “Había sido graduado en la Universidad de París –escribió Francisco de la Maza. Era excelente matemático, astrónomo, astrólogo, naturalista y lo que hoy llamaríamos psicólogo”.
Con esas cartas credenciales y bajo el ostentoso nombramiento de “Cosmógrafo del Rey”, Enrico Martínez llegó a la Nueva España en la década de 1580. Debía dar cuenta de los fenómenos astronómicos, las rutas marítimas, los nuevos descubrimientos y durante sus primeros años proyectó diversas cartas geográficas. Su conocimiento de los idiomas facilitó su ascenso y pronto se convirtió en intérprete de la inquisición.
A partir de 1598 el destino lo llevó por otros derroteros. El Santo Oficio procesó al impresor holandés Adriano Cornelio César por hereje luterano, y confiscó su imprenta nombrando depositario al maestro forjador Martín de Birbiesca. Bajo su custodia, sin embargo, el instrumento que daba vida a las letras a través del papel, comenzó a deteriorarse “por tenerla don Martín en una bodega húmeda y mal oliente”.
Por su cercanía con la inquisición, Enrico Martínez fue nombrado segundo depositario y al año siguiente inició una nueva actividad: impresor. La imprenta se agregó a otras tres que funcionaban en la ciudad de México en 1599. En poco tiempo, Martínez demostró su capacidad en el arte de la impresión, “a pesar de algunas incorrecciones en la numeración de las páginas –continúa de la Maza- y aunque su producción fue escasa, sí hizo copiosa obra de divulgación religiosa, como novenas, jaculatorias y oraciones”.
En 1606 imprimió una libro de su puño y letra Reportorio de los tiempos y Historia Natural desta Nueva España, “en el cual se consensaba todo lo que de científico se conocía entonces”.
“Es un libro muy curioso y provechoso –escribió el fraile dominico Hernando Bazán- por tratar de cosas que lo son y tener buenos y bien fundados discursos de algunas de esta Nueva España y tratar las de astrología con estilo agradable y modestia cristiana, sin darles más eficacia de la que se compadece con la buena doctrina….”. Durante doce años Martínez se dedicó a los libros. Dejó su vocación no por cuestiones económicas o por el pago de impuestos, el destino lo requería para otra misión: proyectar la obra pública más grande y que más tiempo y dinero se ha llevado en toda la historia mexicana: el desagüe del valle de México.