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Por Sandra Molina Arceo
Ningún otro caudillo de la independencia tuvo la claridad y la visión para concebir una nación como lo hizo Morelos. Junto a Hidalgo, hombre elocuente, gran conversador, sarcástico y bromista, afable y entrañable –todo un seductor de almas-, Morelos parecía una sombra: Callado, reflexivo, tímido, sencillo.
Y sin embargo, Hidalgo no pudo manejar el liderazgo natural que le fue entregado al iniciar el movimiento de independencia y se perdió en la soberbia. Y aunque perfiló algunas ideas sobre la nación, nada comparable a la visión de estado que concibió Morelos.
El cura de Carácuaro aprendió rápido de los errores que había cometido Hidalgo; afrontó la guerra de un modo distinto: organizó un ejército pequeño, disciplinado, que combatía bajo el principio de guerra de guerrillas, formado por jóvenes de preferencia solteros para no dejar viudas, y se rodeó de varios hombres en quienes supo encontrar talento para las armas: Matamoros, los Galeana, los Bravo, Guerrero y Guadalupe Victoria entre otros.
El primer intento de tomar el puerto de Acapulco fracasó pero de finales de 1810 a principios de 1812 ocuparon varias poblaciones, como Tixtla, Chilpancingo, Chilapa, Izúcar, Taxco, Tenancingo y Cuernavaca, fue así que Morelos comenzó a hacerse notar como caudillo y buen estratega militar.
Iniciaba el año 1812 cuando el virrey Venegas ordenó a Félix María Calleja dar un escarmiento a Morelos, que se encontraba con sus mejores hombres atrincherado en la ciudad de Cuautla. Hombres, mujeres y niños trabajaban abriendo trincheras y acumulando provisiones, estaban dispuestos a morir antes de permitir el triunfo realista. El 19 de febrero los realistas iniciaron el ataque pensando que derrotarían a los insurgentes en cuestión de horas; sin duda Calleja había subestimado a Morelos, y le pareció fácil sitiar la ciudad para rendirla por hambre. Morelos se fortificó en la iglesia y convento de San Diego y durante setenta y dos días, a pesar del hambre, las enfermedades y la escasez de pertrechos de guerra, los insurgentes resistieron el embate de los realistas.
En las primeras horas del 1º de mayo, Morelos decidió jugarse su futuro a una sola carta y aunque en la historia militar casi siempre se cumplía la máxima de “plaza sitiada, plaza tomada”, el cura optó por romper las líneas realistas y salir de Cuautla. La operación fue tan sigilosa que pasaron un par de horas antes de que los realistas se percataran del movimiento de los insurgentes; cuando Calleja entró a la ciudad, hizo un berrinche que se escuchó hasta el sitio más recóndito de la nueva España. Morelos y sus hombres habían logrado escapar del más temido de los realistas.
A Cuautla se sumaron otros triunfos: la toma de Oaxaca, en noviembre de 1812, y la captura del fuerte de San Diego, en Acapulco (agosto de 1813). Estas victorias le permitieron a Morelos tomarse un respiro y pensar en un proyecto político para la nación mexicana.