La traición en Chinameca

La reconstrucción - Hechos

El coronel Jesús M. Guajardo era un militar mediocre. Se unió a la revolución constitucionalista en 1913 y desde entonces sirvió bajo las órdenes de Pablo González. Ambos oficiales se encontraban en Morelos tratando de acabar con el zapatismo. Utilizaban sin remordimientos, los viejos métodos de Victoriano Huerta y Juvencio Robles: fusilamientos, recolonización, quema de pueblos, saqueo y rapiña.

En marzo de 1919, la situación del zapatismo era desesperada. Escaseaban los pertrechos de guerra y muchos hombres habían abandonado la lucha. Pablo González aprovechó la oportunidad y junto con Guajardo urdió un plan para engañar a Zapata. Hizo correr el rumor de que por ciertas desavenencias, Guajardo se había distanciado de González y buscaba desertar del ejército federal con hombres y pertrechos de guerra.

Hasta el campamento zapatista llegó la noticia y el caudillo del sur mordió el anzuelo. Presuroso, escribió a Guajardo invitándolo a incorporarse a las fuerzas zapatistas. En los últimos días de marzo y primeros de abril, ambos personajes intercambiaron cartas. Guajardo fue muy cauteloso, pidió garantías para él y para sus hombres, dio muestras de su respeto y futura obediencia, pero sobre todo ofreció miles de cartuchos útiles para las carabinas zapatistas.

El hombre que había hecho de la desconfianza una virtud, confió por vez primera y fue suficiente para ser alcanzado por la muerte. ""La carta de usted -le escribió Zapata a Guajardo- deja ver que es franco y sincero, y lo juzgo como hombre de palabra y caballero, y tengo confianza en que cumplirá al pie de la letra el asunto de que se trata"".

Antes de entregarse por completo, una pequeña duda albergada en su conciencia, llevó a Zapata a pedirle a Guajardo una última prueba de lealtad: que fusilara a Victoriano Bárcenas, un militar que en los últimos meses había dejado una estela de muerte y destrucción por todo Morelos. Guajardo no lo dudó y ordenó el fusilamiento de Bárcenas y 59 de sus hombres que militaban en las filas carrancistas. Zapata complacido se convenció y abrió las puertas de su movimiento para recibir a Guajardo dignamente.

El 9 de abril de 1919, Zapata y Guajardo se conocieron personalmente en Tepalcingo. Emiliano lo felicitó por incorporarse a la causa del plan de Ayala y brindaron. Sabedor de que una de las grandes pasiones de Zapata eran los caballos, como muestra de buena voluntad, Guajardo le regaló un alazán, llamado el ""As de Oros"". El coronel expresó a su nuevo jefe, que le entregaría los cartuchos al otro día en la hacienda de San Juan Chinameca.

En la mañana del 10 de abril de 1919, Zapata y sus hombres se acercaron a la hacienda de Chinameca. No pudo encontrarse con Guajardo porque corrió el rumor de que los federales se aproximaban. El general se movilizó para esperar el ataque y luego de algunas horas de alerta, nada sucedió. Zapata regresó a Chinameca cerca de las 12 y media del día.

Dos hombres de Guajardo, salieron de la hacienda y a nombre de Guajardo invitaron a Zapata a pasar a tomar unas cervezas. El caudillo finalmente aceptó. Su secretario particular, el mayor Salvador Reyes Avilés, dejó la descripción más exacta y más dramática del asesinato de Zapata: 

""Vamos a ver al coronel, que vengan nada más diez hombres conmigo’ ordenó. Y montando su caballo, un alazán que le obsequiara Guajardo el día anterior, se dirigió a la puerta de la casa de la hacienda. Le seguimos diez, tal como él lo ordenara, quedando el resto de la gente, muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas. La guardia uniformada, parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces la llamada de honor, y al apagarse la última nota, al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, de la manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados que presentaban las armas, descargaron dos veces los fusiles, y nuestro inolvidable general Zapata cayó para no levantarse más"".

El cuerpo de Zapata rodó por los suelos sin vida. De inmediato los soldados del traidor, lo metieron a la hacienda y al caer la tarde lo trasladaron, a lomo de mula, a la ciudad de Cuautla, donde esperaba el general Pablo González para certificar la muerte del caudillo. El cadáver fue retratado varias veces y fue expuesto para que la gente lo viera y no quedaran lugar a dudas. En la ciudad de México, Venustiano Carranza recibió la noticia con beneplácito, felicitó a Pablo González por el ""plan que llevó a cabo con todo efecto"" y le otorgó a Guajardo el grado de general y 50 mil pesos de plata.

Como era de esperarse, al día siguiente los principales diarios capitalinos dieron la versión oficial de la muerte de Zapata. Ninguno mencionó que había caído víctima de la traición y en una emboscada. El Pueblo señaló: ""su vencedor, el coronel Guajardo, llevó a cabo un hábil plan de astucia y de valor para lograr la muerte del terrible ‘Atila del sur’"". Excélsior publicó: ""El sanguinario cabecilla cayó en un ardid sabiamente preparado por el general don Pablo González"". El Demócrata: ""Emiliano Zapata fue muerto en combate"" y El Universal: ""Emiliano Zapata, derrotado y muerto por tropas del general Pablo González"".

Sobre la muerte del caudillo, el viejo porfirista, político y escritor, Federico Gamboa, escribió en su Diario un comentario donde le hacía más justicia a Zapata que los propios revolucionarios. ""La prensa seudo independiente de México censura del modo más enérgico y acre la traición de que fue víctima el caudillo suriano, que era, dígase lo que se quiera y no obstante su condición de primitivo, el revolucionario de ideales, entre todos los que ahora abundan en mi pobre tierra. Zapata, con el tiempo y a pesar de sus grandes errores, se domiciliará a perpetuidad en la leyenda nacional"".