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Alejandro Rosas
“Recato y compostura” exigían las autoridades virreinales a los actores y actrices que se presentaban en el Coliseo, único teatro que existía en la ciudad de México en las últimas décadas del periodo colonial.
La gente del espectáculo debía evitar “toda indecencia y provocación que pueda causar ni aun el menor escándalo, con especialidad en los bailes”. Si faltaban al reglamento se hacían acreedores al arresto, incluso podían ser aprehendidos durante la propia representación, con pena de cárcel por un mes. Además, se volvió una exigencia que vistieran con ropas decentemente arregladas y “con la honestidad que corresponde a la modestia, no por ceremonia, sino para enseñar las buenas costumbres”.
En 1794, el virrey Revillagigedo, escribió al empresario del Coliseo algunas reglas que debían observar en el teatro: “Se notan en las representaciones algunos defectos e impropiedades que conviene evitar tales como concluir las comedias y entremeses, pidiendo los actores al público perdón por sus faltas… y últimamente salen tan andrajosos los que tienen que figurar pobres o individuos de ínfima plebe, que rayan en lo indecente, faltando gravemente al decoro y al respeto debido al público, defecto que suele llegar a un exceso insoportable cuando se acompaña de acciones descompuestas… encargará vuestra señoría al administrador que procure se reformen los advertidos, prohibiendo se use de andrajos y vestuarios indecentes en los entremeses”.
Si había observaciones sobre la ropa o el lenguaje, desde luego las escenas de amor no tenían paso franco. Tanto en el desarrollo de las obras, como en los bailes donde imperaran los temas de amor y la pasión, debía estar presente la moderación, la vergüenza y el pudor, y era impensable la improvisación –verdaderamente se les podía aparecer el diablo, sobre todo, al estar bajo la mirada de la Inquisición.
En alguna ocasión los inquisidores llegaron a prohibir obras como “Entremés alegórico del entremetido, La dueña, y El soplón, por estar plagada de detracciones, improperios, irrisiones, dicterios e injurias a personas conocidas de calidad y letras y estado de religiosos tocando en sus costumbres con palabras denigrativas de su fama, y crédito, y abusar de la Sagrada Escritura, y Sentencia de los Santos Padres”.