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Alejandro Rosas
La calle de Cadena (hoy Venustiano Carranza) era una de las más antiguas y tradicionales de la ciudad de México. Trazada a fines del siglo XVI, su nombre se lo dio la nobleza e hidalguía de don Antonio de la Cadena quien llegó a la Nueva España en 1543 como Oficial de Hacienda y estableció su domicilio en la entonces calle de la Celada donde “tuvo una casa muy principal en que sustentó muchos criados, caballos y otra gente de servicio en tanta manera, que fue, y era, una de las personas que más ilustraron en su tiempo esta república”. Sin embargo, fue Porfirio Díaz, quien le otorgó a la calle, un lugar en la memoria histórica de la capital.
Cuando el general Díaz finalmente se hizo del poder, a partir de noviembre de 1876, estableció su domicilio definitivo en la ciudad de México. Antes de establecerse definitivamente en el número 8 de la calle de Cadena, Porfirio cambió varias veces de domicilio. Las continuas mudanzas recordaban sus andanzas en tiempos de guerra. Siempre errante, difícilmente sentía arraigo por algún lugar.
Su vida era un movimiento continuo. Cuando asumió por vez primera la presidencia, Porfirio vivió en el número 5 de la calle del Relox –hoy república de Argentina-; pronto cambió a la llamada casa presidencial localizada en el número 1 de la calle del Arzobispado –actualmente Moneda- pero el fallecimiento de su esposa Delfina Ortega, el 8 de abril de 1880, fue suficiente para cerrar las puertas de su hogar y mudarse a la calle de Santa Inés por breve tiempo. Antes de habitar la casa de Cadena, Porfirio Díaz ocupó el número 45 de Humboldt.
Al contraer matrimonio por segunda vez, el caudillo de 51 años echó raíces definitivas. Carmen Romero Rubio, su joven esposa de 17 años, se encargó de transformarlo. Hija de una de las familias de mayor abolengo, educada en los ambientes más sofisticados de México y Estados Unidos, con el dominio de varios idiomas, elegante y católica, Carmelita enseñó al general el protocolo de la alta sociedad, la manera de moverse y expresarse, el vocabulario adecuado para cada situación.
Doña Carmen logró contagiar de estabilidad al general. En un principio rentaron la casa por cuatrocientos pesos mensuales. Una vez que el caudillo le tomó gusto a la silla presidencial la compraron. Con su regreso a la presidencia en 1884 comenzaba formalmente el porfiriato. La transformación que comenzaba a notarse en el país operó también en la personalidad del general oaxaqueño.
A nadie sorprendió que un hombre nuevo saliera de la casa de Cadena; no fue casual que el general habitara la residencia hasta su caída en 1911. En ella se encontró con los recuerdos de su infancia, una vida apacible y feliz al lado de su familia y el dulce sabor del poder. En la casa de Cadena, junto a Carmelita, el caudillo dejó de ser Porfirio para convertirse en “Don Porfirio”.