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El escritor y dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, considerado la máxima figura del teatro barroco hispanoamericano de los siglos XVI y XVII, nació en Taxco, en 1580.
Pronto se convirtió en uno de los primeros jóvenes del Nuevo Mundo en viajar a España para complementar sus estudios de cánones y leyes en la Universidad de Salamanca.
Regresó a México en 1608 y aunque su objetivo era desempeñarse como abogado, su vocación de dramaturgo empezó a ganar terreno en sus actividades
Probablemente, la carrera como abogado de Juan Ruiz de Alarcón, no despegó debido a su físico: la vida lo dotó con dos jorobas, piernas patizambas y muy corta estatura que lo convirtieron en el centro de las burlas. Francisco de Quevedo se refería a él como “Corcovilla” y sus otros compañeros escritores le dedicaban versos burlones:
Tanto de corcova atrás
y adelante, Alarcón tienes,
que saber es por demás
de dónde te corco-vienes
a dónde te corco-vas
Calderón de la Barca y Lope de Vega no se quedaban atrás, este último incluso fue aprehendido y acusado de haber realizado disturbios en el estreno de El Anticristo, comedia de Juan Ruiz de Alarcón.
Escribió veinte comedias, entre ellas: Las paredes oyen, Mudarse para mejorarse, La amistad castigada, Ganar amigos, La cueva de Salamanco, El desdichado en fingir, El semejante a sí mismo, La prueba de las promesas, La culpa la busca la pena y Quien mal anda mal acaba.
Sus obras fueron reunidas y publicadas entre 1628 y 1634, como una prueba de que eran de su autoría, ya que, en muchas ocasiones, se las atribuían a otros autores, como fue el caso de La verdad sospechosa que durante mucho tiempo se creyó había sido escrita por Lope de Vega.
Pero más que al acoso y agresiones de sus compañeros, Juan Ruiz de Alarcón le temía al público a quien bautizó como “bestia fiera” : “Contigo hablo, bestia fiera, que con la nobleza no es menester, que ella se dicta más que yo sabría: allá van esas comedias, trátalas como sueles, no como es justo, sino como es gusto, que ellas te miran con desprecio y sin temor, como las que pasaron ya el peligro de tus silbos y ahora pueden sólo pasar el de tus rincones. Si te desagradarán me holgaré saber que son buenas, y si no me vengaré de saber que no lo son, el dinero que te han de costar”.