Gillow: obispo y compadre

El Porfiriato - Personajes

Alejandro Rosas

Hombre culto, práctico, buen sacerdote y mejor empresario, Eulogio Gregorio Gillow y Zavalza (1841-1922) fue el obispo del porfiriato. Nacido en Puebla, Gillow siempre vio el rostro de la diosa fortuna. Con el respaldo de la importante riqueza familiar, parte de su educación estuvo en manos de la Compañía de Jesús y transitó por los mejores colegios de Inglaterra, Bélgica y Roma.

          El Papa Pío IX le concedió ser alumno en la Academia Eclesiástica de Nobles y el joven estudiante hizo lo propio para ganarse su confianza. En poco tiempo se convirtió en el camarero secreto del Sumo Pontífice. Se ordenó sacerdote en 1865 pero su estancia en México fue breve: regresó a Italia para estudiar diplomacia y economía en 1866. 

          En aquel año, la historia de México se le presentó por vez primera: fue enviado al Castillo de Miramar para acompañar a Carlota presa ya de la locura. Jamás olvidaría la construcción de piedra junto al Adriático y al regresar a México mandaría construir la finca de su hacienda de Chiautla como una imitación del viejo castillo. Sus excelentes relaciones personales con Roma fueron las cartas credenciales que iniciaron una buena amistad con Porfirio Díaz. 

          En la primera participación de México en una Exposición Universal –Nueva Orleáns 1884-, el general oaxaqueño lo nombró representante del gobierno mexicano y tras su exitosa participación, los lazos entre ambos personajes se estrecharon. Gillow combinaba el sacerdocio, la fundación de escuelas, hospicios y obras de caridad, con exposiciones agroindustriales que realizaba en su hacienda y la inversión en la construcción de ferrocarriles. 

          En julio de 1887, el templo de la Profesa se vistió de gala para consagrarlo Obispo de Oaxaca –más tarde sería Arzobispo- y don Porfirio le mostró su aprecio aceptando figurar entre los padrinos –las Leyes de Reforma ya eran letra muerta. Tiempo después, el Vaticano propuso a Gillow ser el primer cardenal mexicano, pero Díaz le “sugirió” no aceptar. Sólo su preclara inteligencia y su sentido de la política permitieron a Gillow pasar tan amargo trago, y siguió sirviendo al gobierno hasta la caída del régimen. 

          Obispo del porfiriato, Gillow fue la “piedra angular” de la exitosa política de conciliación de Porfirio Díaz, que permitió a la iglesia recuperar algo del poder que había tenido a lo largo del siglo XIX y que perdió con las leyes de Reforma. El clero no volvió a tener el poder político que había acumulado, pero se entendió bien con el régimen porfirista.