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Por las mañanas, algunos son despertados por los gritos de la esposa; otros, por los besos de los hijos o por el irritante sonido de una alarma. Sin embargo, hay quienes no funcionan en todo el día a menos que tomen una buena taza de café.
Y, ¿cómo llegó ese café a nuestras tazas? La tradición transmitida por los árabes cuenta que en el siglo XV, en Etiopía, un pastor llamado Kaldi comenzó a notar a sus ovejas extrañamente inquietas después de probar ciertos frutos de algunos arbustos. Kaldi necesitaba una explicación a dicho fenómeno y cierto día acudió a un monasterio en busca de ayuda por parte de los monjes: éstos mandaron juntar los frutos que los animales comían y con las semillas prepararon una infusión de excelente aroma y sabor. Descubrieron así, las primeras propiedades del café: sensación de ánimo y bienestar que ahuyentaba al sueño y al cansancio.
Por este lado del mundo, el café llegó a la Nueva España en 1790, y fue sembrado por primera vez en Córdoba -actual estado de Veracruz- traído desde Cuba. Otra vía de introducción fue de Guatemala a Chiapas, así comenzó a expandirse en todo el territorio.
Pero Michoacán posee una característica excepcional en cuanto al origen del café, y ésta se reduce a un célebre personaje: el general Mariano Michelena, miembro partícipe de la conspiración de Valladolid en 1809. Es preciso saber que el general fue el primer embajador de México en Inglaterra -país que reconoció la independencia mexicana antes que ningún otro- y no hay que agradecerle únicamente las inversiones inglesas en el país o el desarrollo de la minería, sino también, su tacita de café michoacano, traído directamente desde el puerto de Moka, en Arabia.
Fue en 1824, cuando Michelena viajó al Medio Oriente, a Tierra Santa, y a su regreso por dicho puerto, adquirió semillas de café. Al llegar a su casa en la capital michoacana, sembró las semillas en su jardín y cuando las plantas crecieron fueron llevadas a su hacienda La Parota, en el valle de Urecho.
Manuel Farías llevó a Uruapan las primeras plantas de café en 1840 y después de algunos años de su cultivo y de convertirse en la zona cafetalera más importante del estado, se creó la fama de que en esta ciudad se encontraba ""el mejor café del mundo"" -los suelos del lugar le daban un sabor distinto y único al café debido a que estaban formados de tierra volcánica-. Esto ocurrió después de la intervención francesa, cuando en la década de los setenta del siglo XIX, comenzó su distribución y ganó varios premios en exposiciones internacionales -Nueva Orleans, Chicago, Paris y Filadelfia- lo cual consolidó el rumor.
A pesar de que la producción del café se derrumbó en 1898 debido a la expansión de la plaga de pulgón en Michoacán, Uruapan continuó siendo el lugar donde se concentran los cafetales y el café se distribuye por medio de la empresa La Lucha.
Y al igual que en el siglo XIX, el café de Uruapan ha mantenido la calidad que un día llevó a José Martí a referirse a él como ""el hachís de América, que hace soñar y no embrutece, el vencedor del té, el caliente néctar"" y a querer viajar a Uruapan, sólo por una taza de café que sometiera sus malas fortunas, sólo por ""el mejor café del mundo"".