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Sin calcetines
Einstein odiaba sus calcetines. Su secretaria Helen Dukas, llegó a afirmar que no se los ponía bajo ninguna circunstancia, ni siquiera para ir a visitar a Roosevelt a la Casa Blanca. Su justificación era la siguiente: “cuando era joven descubrí que el dedo gordo siempre acaba haciendo un agujero en el calcetín, así que deje de ponerme calcetines”.
Cerebro robado
En alguna ocasión, Einstein externó la inquietud de donar su cuerpo a la ciencia pero nunca llegó a formalizarlo. En 1955, año de su muerte, se establecieron otras instrucciones: su cuerpo debía ser incinerado y sus cenizas esparcidas en secreto.
Todo estaba sucediendo conforme lo ordenado, excepto por un pequeño detalle. Thomas Stoltz Harvey, patólogo estadounidense y encargado de practicar la autopsia del científico, fue tentado por un instinto cleptómano y decidió robarse el cerebro de Einstein.
Abrió el cráneo con una sierra circular, extrajo el cerebro y se lo llevó a su casa en donde lo dividió en 240 partes que guardó cuidadosamente en frascos con formol. Algunas de estas “muestras” fueron enviadas a los investigadores más destacados de la época en busca del origen de la genialidad del alemán. Sin permiso alguno, Harvey conservó el cerebro de Einstein durante 40 años en la cocina de su casa.
¡Einstein para presidente!
En 1952, tras la muerte de Chain Weizmann, primer presidente de Israel, el primer ministro de este país, David Ben Gurion, le envió una carta al científico ofreciéndole ocupar la presidencia de Israel.
De manera muy amable, Einstein, en aquella época de 73 años, declinó la oferta argumentando no sentirse lo suficientemente capacitado para el cargo y sobretodo, no estar en edad para asumirlo. Murió dos años y cinco meses después del ofrecimiento.
El pacifista “padre de la bomba”
En su publicación de 1905 en la que se dio a conocer la equivalencia entre masa e inercia (E= mc2), Albert Einstein dedujo teóricamente que un grano de material, por pequeño que fuera, multiplicado por el cuadrado de la velocidad de la luz haría que se obtuvieran grandes cantidades de energía. Este conocimiento constituyó una de las bases para la creación de la bomba atómica, por lo que Einstein ha sido señalado por muchos como “el padre de la bomba atómica”. Un mote injusto, dado el afán pacifista demostrado por las acciones del científico.
En una entrevista le preguntaron al genio acerca de las armas que podrían usarse en una hipotética Tercera Guerra Mundial. “No sé –respondió-, pero puedo decirle cuáles usarán en la cuarta: ¡piedras!”