La casa de los perros

Datos Curiosos

Alejandro Rosas

Manuel Escandón Garmendia fue un hombre adelantado a su tiempo. Nacido en 1804, en Orizaba, Veracruz, vivió en carne propia los horrores de la guerra de independencia. Como muchas familias acomodadas, los Escandón debieron huir frente al paso arrollador de la violencia y se establecieron en Puebla. El padre de Manuel, el español Pablo Escandón Cavandi, logró hacerse de un patrimonio durante los últimos años del México virreinal.

Manuel –el mayor de 19 hijos del matrimonio entre Pablo Escandón y Guadalupe Garmendia- tuvo acceso a la mejor educación de la época, y llegado el momento fue enviado junto con su hermano Joaquín al Viejo Continente a concluir sus estudios. Al regresar a México, a mediados de la década de 1820, Manuel encontró una difícil situación familiar. En 1824 la muerte sorprendió a su padre por lo que doña Guadalupe y su yerno debieron tomar las riendas de la familia.  A pesar de que don Pablo dejó una herencia importante, los gastos comenzaron a ser mayores que los ingresos y el patrimonio disminuyó. Ante semejante situación, Manuel apoyó el traslado de la familia hacia la capital del país, en donde comenzaría una nueva etapa.

Ignacio Amor decidió alojar a la familia en el número 3 de la calle de Cadena, en el centro de la ciudad. Pero la familia era grande y el lugar insuficiente para las comodidades a las que estaban acostumbrados, por lo que Manuel se propuso encontrar un lugar mejor. Varias veces había pasado por la calle de San Francisco y no podía sino admirar aquella casa forrada de azul a la que llamaban de los “Azulejos”. Soñaba para él y su familia con un lugar que alcanzara la belleza de aquel palacio sin saber que su destino se encontraba a unos cuantos metros de aquel sitio. La plazuela de Guardiola los esperaba.

El marqués y su mansión

El jardín Guardiola era uno de los lugares más tradicionales de la ciudad de México. Su inmejorable ubicación –se encontraba al inicio de la calle de San Francisco- lo convirtieron en punto de referencia para la sociedad mexicana. Antes de la llegada de los españoles, el predio estaba ocupado por las casas de recreación de Moctezuma II, laberinto de estancias de jardines y arboledas donde se agrupaban todos los animales de la fauna del Nuevo Mundo. Con la conquista, se derribaron las casas del emperador azteca y se construyó una plaza frente al célebre convento de San Francisco.

A finales del siglo XVII, don Juan de Padilla Guardiola y Guzmán adquirió el terreno. Deseaba construir un palacio que estuviera acorde con el título nobiliario que estaba por recibir de manos del virrey, el cual fue otorgado en diciembre de 1689. A partir de entonces fue conocido como el marqués de Santa Fe de Guardiola. Don Juan no reparó en gastos para edificar una hermosa mansión. Por entonces, la casa tenía puertas y ventanas en el piso bajo, y balcones y ventanas en el alto; era amplia; con un gran patio interior sobre el que se abrían corredores altos y bajos, tenía una ancha escalera de piedra, el pretil de la azotea tenía aparatosas almenas decorativas.

El apellido del marqués dio nombre a la plaza que se formó frente a la fachada de la casa. A partir de entonces -y hasta los primeros años del siglo XX-, se le conoció como Guardiola. En poco tiempo el lugar adquirió fama popular; la gente se reunía en ella para presenciar el famoso paseo del pendón realizado al conmemorarse, cada 13 de agosto, la caída de Tenochtitlan y la fundación de la ciudad de México. Según refiere el cronista Manuel Rivera Cambas “dícese que alguna vez se vio en esa plazuela lidiar toros para entretenimiento de los ricos caballeros, y también se asegura que en el mismo sitio permaneció enjaulado el célebre bandido Chirino”. 

Manuel Escandón se enamoró de la casa de Guardiola y la adquirió a mediados del siglo XIX. Vicente Escandón, hermano de don Manuel, se hizo cargo de ella y bajo la supervisión del arquitecto Ramón Rodríguez Arangoiti fue transformada por completo. La remodelación abarcó todo el aspecto exterior, especialmente la fachada principal, donde se levantó un pórtico con grandes columnas, que se convertía en una terraza cubierta en el segundo piso. La azotea fue coronada con una balaustrada que en el frente fue adornada por cuatro figuras: dos leones pasantes y dos perros. Gracias a ello, varias personas la conocieron bajo el nombre de ‘El Palacio de los Perros’. La plaza fue transformada en un jardín de estilo inglés, con prados y pequeños arbustos. Ambos espacios se convirtieron en iconos de la paz, el orden y el progreso porfirianos.