Calles y Vasconcelos: la soledad del exilio

La reconstrucción - Hechos

En momentos de convulsión social, de inestabilidad política, de violencia armada, como sucedió en México hasta la tercera década del siglo XX, el ""menos malo"" de los destinos al que podía aspirar un político, caudillo civil o militar, presidente o dictador, caído en desgracia era el exilio -cuando menos conservaba la vida. Muchos hombres sintieron en carne propia la soledad del exilio y la cara oculta del poder: la indiferencia -que en cierto modo también era una forma de morir. 

Plutarco Elías Calles y José Vasconcelos no fueron la excepción. Quizá el exilio era el único vínculo que podía unirlos, considerando que eran hombres social, cultural y políticamente antagónicos. El destierro fue la única oportunidad para que estos dos hombres, despojados de todo poder y habiendo sido acérrimos enemigos en la arena política, pudieran olvidar sus diferencias.

En diciembre de 1929 José Vasconcelos tuvo que recurrir al autoexilio tras haber sido víctima del primer fraude electoral con que el partido oficial (PNR-PRM-PRI) inauguraba su vocación alquimista. Vasconcelos dejaba el país de manera voluntaria porque no tenía otra opción, pero seguramente de haber podido permanecer en territorio mexicano no lo habría hecho.

La nueva política mexicana, ""a la revolucionaria"", establecida por los gobiernos posrevolucionarios y perfeccionada e institucionalizada con Plutarco Elías Calles, despertó en Vasconcelos la temprana vocación por una opción política muy mexicana, el exilio. La derrota del 29 no solo confirmó esa vocación, también lo llevó a una conclusión irrebatible: en su cercanía con el poder desde 1910, había ocupado el lugar equivocado. Las cifras lo demostraban; al cruzar la frontera hacia Estados Unidos en diciembre de 1929, Vasconcelos partía al exilio por quinta vez.

Vasconcelos tenía la opción de no optar por el destierro voluntario, pero tan grande era su aversión hacia el poder que representaba Calles, ""el Jefe Máximo"", que no contempló la opción de permanecer en México y ser cómplice, reconociendo a un gobierno -el de Ortiz Rubio- surgido de la ilegalidad.

Desde su renuncia como Secretario de Educación Pública en 1924, Vasconcelos había manifestado su oposición en contra de la corrupción política de los sonorenses y sus críticas más severas iban dirigidas contra el Turco: ""el furor de Calles era el del verdugo que pega desde la impunidad, siempre a mansalva"". De hecho, uno de los motivos de su renuncia al gabinete de Obregón -no expuesto en ella-, fue la imposición que el ""manco"" pretendía hacer nombrando a Calles su ""heredero"" en la silla presidencial.

Años más tarde, entre 1927 y 1928, -por coincidencia, desde el exilio-, Vasconcelos escribió cualquier cantidad de críticas contra Calles y en todos los tonos: ""lo más repugnante del obregonismo es el callismo""; ""ni vale Calles más que un gendarme""; ""...prefiero a los obregonistas: después de todo Obregón es sanguinario pero Calles facineroso""; ""lo antipatriótico es estar sirviendo a asesinos analfabetos como Calles"""".

Ante todos los ataques, la respuesta de Calles siempre la misma: el silencio. Con excepción de su exacerbado sentimiento antirreligioso -que le costó muy caro-, Calles tenía una virtud básica para gobernar: ecuanimidad. Todas las invectivas en contra de su gobierno y de su persona -la Plutarca, por ejemplo- fueron aceptadas sin respuesta. Vasconcelos pudo hablar pestes del régimen callista y del Maximato, de la manera de gobernar, de la corrupción del sistema, de la represión; del gobierno dictatorial del sonorense. Escribió lo que quiso, algunas veces asistido por la razón de los hechos, otras, mal aconsejado por la amargura de la derrota.

Ese diciembre de 1929, Vasconcelos salió del país como un fugitivo. Derrotado física y moralmente, llevaba consigo la seguridad de que el único responsable de su fracaso electoral era Calles y su mayor decepción la apatía del pueblo mexicano: no había respondido -como no respondió a Madero en 1913- al llamado de la democracia. ""México no tenía salvación"". Era el más doloroso de sus exilios.

Como todos los hombres públicos, cuando su intervención en el escenario nacional finaliza dejan de existir casi de hecho, no obstante que tienen vida privada, familia, amigos, recuerdos. Así sucedió con Vasconcelos, así sucedería con Calles.

Cuando en 1936 Calles fue obligado a dejar el territorio nacional, al abordar el avión que lo llevaría a su destierro en Estados Unidos, su semblante era el de Vasconcelos en 1929. Apesadumbrado, cabizbajo, derrotado, subió lentamente las escaleras del avión. Salvo algunas excepciones, muchos autonombrados ""callistas"", como buenos políticos se habían ""cuadrado"" al cardenismo. Fue en esos momentos cuando sintió verdaderamente la soledad de la derrota y más aún, la impotencia de aquél que teniendo todo el poder en sus manos ve cómo se disuelve entre ellas para no recuperarlo más -situación que para México no podía ser mejor.

Para Calles fue por demás un momento doloroso, afloraron las pasiones escondidas, el deseo de venganza, la revancha... el tiempo lo cura todo, las reflexiones ""en frío"", la claridad en los pensamientos vendrían con el paso de los meses. El Turco, quien siete años atrás había propiciado la salida de Vasconcelos del país, entraba ya a la galería de ""ilustres"" desterrados mexicanos. Tal vez en esas horas de soledad, escuchando el oleaje del mar golpeando en la playa -a donde asistía con regularidad-, asimiló su triste condición y comprendió a Vasconcelos. Entonces lo buscó.

Un día de 1936, en un pequeño rancho cercano a San José, California, a petición de Calles, los dos hombres se reunieron. Existía un paralelismo sentimental, una necesidad de desahogo mutuo, tal vez mayor en Calles -llevaba pocos meses en el exilio- que en Vasconcelos -cumplía casi 7 años fuera del país. Con todo, ambos estaban marcados por la impotencia y la amargura; esos sentimientos y la distancia física con respecto de México desvanecieron todo rastro de enemistad. Años después de la muerte de Calles, al referirse a las circunstancias que motivaron ese encuentro -que ya en sí mismo parecía contradictorio-, Vasconcelos declaró sinceramente: ""Nos unió la derrota"".

""El general Calles me recibió como los hombres. Me dio un abrazo y después de un cordial saludo verbal, me dijo: ‘Hemos sido enemigos, licenciado, pero yo nunca le hice daño alguno. Desde este momento queda liquidado el pasado entre los dos’"".

Impresionado por el trato recibido en aquel encuentro, Vasconcelos recordaba: ""Trazamos un plan para reinstaurar la libertad electoral. Calles lo hacía para vengarse de Cárdenas... luego se habría retirado. Estoy seguro. Él era un hombre de palabra; sin hipocresías. ‘Vea -me dijo Calles- yo he sido ya cuanto se puede ser en este país: dictador omnímodo. No me interesa más el poder’. Queríamos los dos, reimplantar la democracia"".

Seguramente que sí... de haber sido otro tipo de hombres. Calles era autoritario por naturaleza, Vasconcelos era un demócrata convencido. Calles era un militar y como tal procedía. Vasconcelos era un civil formado en el maderismo y no esperaba otra cosa que el respeto irrestricto a las libertades públicas. Era imposible una alianza semejante. Resulta imposible imaginar a Vasconcelos aliado con un militar -siendo que a los militares siempre los vio con desconfianza- o a Calles apoyando a un civil y respetando la voluntad del pueblo misma que ignoró en 1929.

Nada se concretó de esa entrevista. Sin embargo, a partir de entonces, los dos hombres en el destierro sostuvieron una cordial relación que se prolongó por muchos años. Los resentimientos personales, las críticas, todo quedó olvidado. Ambos se reconocían como ""hombres de palabra; sin hipocresías"". El general sonorense solía comentar con agrado: ""toda conversación con [Vasconcelos] resulta por demás interesante"".

La ""histórica reconciliación"" como lo titularon los diarios, produjo reacciones encontradas en México. Se decía que conspiraban, que se unirían para ""reimplantar la democracia"", ""Vasconcelos pondría la popularidad, Calles la fuerza"". Algunos estudiantes y viejos militantes del vasconcelismo del 29 criticaron severamente tan ""ignominiosa reconciliación"". No sin cierto dejo de reproche pero mordazmente, Vasconcelos apuntaba: ""Calles en el destierro, vale mil veces más que todos los que están en el gobierno y los que quedan en la oposición"".

Los años y las cartas convirtieron aquel encuentro en una cordial relación. En 1945, cuando Calles falleció, Vasconcelos acudió al sepelio. Mientras hacía guardia de honor frente al féretro llegó una ofrenda de Cárdenas que fue rechazada por la familia. ¿Qué pensamientos cruzaron por la mente de Vasconcelos ese 19 de octubre? Tal vez solo uno que lo impresionó desde aquella entrevista en California: ""Tengo que reconocer una calidad moral muy grande en el enemigo que es capaz de perdonar como Calles"".