Calles: la soledad del poder

La reconstrucción - Hechos

Carlos Silva Cázares

Meses antes de su muerte, el general Calles escribió una carta a su hija, donde le participaba su pesadumbre. Las fuerzas políticas ya no lo atormentaban, eran las celestiales, que de algún modo querían cobrar su factura a las puertas del sepulcro: "Dicen que cuando Dios te da, da a manos llenas, esto está muy bien cuando esos dones se desparraman trayendo satisfacciones y felicidad; pero en mi caso la donación ha sido al contrario, pues sólo sufrimientos e inquietudes me ha traído".

     La historia política, y ciertamente oficial, ha permitido conocer solamente los rasgos marmóreos del fundador del Partido Nacional Revolucionario. Su semblante recio, casi inexpresivo, contribuyó a crear una imagen rígida que por muchos años ha mantenido oculta la intimidad de Calles.

      A la muerte de su madre, Plutarco fue recogido por una tía materna y de su esposo tomó el apellido Calles. Luego de finalizar sus estudios de maestro, a los 18 años se hizo cargo de las clases en una escuela pública que marcarían, en gran medida, el pensamiento de toda su vida. Incursionó sin éxito en varias actividades -como abarrotero y agricultor- y con la llegada de la revolución al estado de Sonora, logró un puesto como comisario de Agua Prieta.

     El triunfo del Constitucionalismo significó el inicio de su ascenso dentro de la política nacional: entre 1915 y 1919 pasó de la gubernatura de Sonora a miembro del gabinete de Venustiano Carranza. Junto con Adolfo de la Huerta, en 1920 encabezó la rebelión de Agua Prieta que culminó con el asesinado del Primer Jefe, y durante la presidencia de Álvaro Obregón (1920-1924) tuvo a su cargo la secretaría de Gobernación. A partir de 1924, al asumir la presidencia de la república, comenzó a perfilarse el lado recio e impenetrable del estadista.

      Obregón terminó su periodo presidencial en 1924 y su figura se convirtió en la única voz política del país. Sin embargo, Calles, con gran sagacidad e inteligencia, logró quitarse de encima la "sombra del caudillo" -único capaz de entorpecer y obstaculizar sus acciones. Con el asesinato del "manco de Celaya" ocurrida en 1928, Plutarco -heredero natural del poder- dio rienda suelta a la creación de su "maximato". Ante los ojos de la sociedad, los años construyeron una nueva imagen del "Jefe Máximo": "Calles ha podido ser presidente, hacer y deshacer presidentes, ser la majestad a los que todos respetan". Pero el último de sus presidentes no lo respetó: el general Lázaro Cárdenas, su "discípulo", decidió enviarlo al exilio en 1936.

       De 1936 a 1941, Calles vivió en San Diego, California, acompañado la mayor parte del tiempo tan sólo de sus achaques. Al iniciarse la década de 1940 regresó al país a invitación del presidente Ávila Camacho. Los últimos años de su vida los dedicó al descanso, a la búsqueda de sus antepasados y de su propia historia, misma que se consumió el 19 de octubre de 1945.

      Existió, sin embargo, un Calles de rostro más humano. El biógrafo de la Revolución, Ramón Puente escribió: "ninguna vida intensa se desprende, sin estruendo o sin amarguras. En la tragedia de la Revolución era lo único que le faltaba probar a Calles. En su rostro, grave desde la juventud, imprimió ya la vida casi todas sus huellas. La cabeza ha comenzado ha emblanquecerse, pero las pupilas oscuras siguen siendo crueles y misteriosas, aunque más ampliamente humanas, como si se hubieran empapado muchas veces de lágrimas".

         Al iniciarse el "maximato", Calles era ya un hombre enfermo y achacoso. A sus espaldas lo llamaban "el viejo". Cojeaba de una pierna, padecía del hígado y de la vesícula. Viajaba a Estados Unidos con frecuencia para someterse a chequeos médicos. Algunas fojas de su expediente militar registran las comunicaciones que realizaba a través del telégrafo presidencial, donde informaba de sus citas al dentista, y la pérdida paulatina de la totalidad de sus piezas dentales. Otras informaban que "el general había pasado la noche con tranquilidad". También llegó a utilizar la comunicación oficial para hacer saber a sus amigos los resultados del golf -deporte al que se aficionó hasta el final de su vida. Se cuenta que debido a su soledad, aun en el exilio, lo practicaba compitiendo únicamente consigo mismo.

       Empezaba la caída vertiginosa en el tobogán de su vida. Al ser desterrado del país, Calles fue expulsado del Ejército y de las filas del PNR, el partido que fundó para perpetuarse en el poder, "su" partido. Durante su exilio en San Diego, Calles pasaba el mayor tiempo del año, en casi absoluta soledad, sin que nadie lo visitara, recibiendo sólo esporádica y temporalmente a familiares y pocos amigos. Sus pequeños hijos lo acompañaban en vacaciones. El resto del año vivían internados en el colegio, lejos de su padre. Calles había quedado viudo por segunda vez en 1930, cuando su joven esposa, Leonor Llorente murió de un problema cerebral.

          El ocio lo llevó a considerar la idea de realizar un levantamiento armado contra el gobierno de Cárdenas, quien a su modo de ver, lo había traicionado. En el exilio ya no existían diferencias ideológicas para Calles, incluso se reconcilió con José Vasconcelos, que también se encontraba desterrado. Calles decidió incluirlo en sus planes de rebelión: "Usted pondrá la inteligencia y yo la fuerza", llegó a decirle. Otro camino cavilado por Calles fue el de apoyar al general Juan Andreu Almazán y para ello puso manos a la obra: inició un pequeño negocio de venta de armas en Asia para obtener fondos y financiar su "levantamiento armado", pero todo quedó en el intento. Su soledad era más poderosa que su odio.

      Calles regresó a México en 1941. El presidente Ávila Camacho lo reincorporó al Ejército. Una de sus últimas apariciones públicas fue durante la ceremonia de la ""Unidad Nacional"", en el balcón del Palacio Nacional, al lado de varios ex presidentes, entre ellos, Lázaro Cárdenas, a quien no le dirigió la palabra. Después se retiró al descanso y a la infructuosa cura de sus enfermedades. Ocupó su tiempo en plantar árboles frutales en su quinta de Cuernavaca y asistir con frecuencia a sesiones espiritistas, quizá buscando en los fantasmas de su historia el consuelo para olvidar el pasado.