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Alejandro Rosas
El entorno natural de la ciudad de México estaba dominado por las aguas del gran lago, y además una serie de ríos y riachuelos que recorrían los cuatro puntos cardinales del gran valle. Desde finales del siglo XVI y hasta muy entrado el siglo XX, los distintos gobiernos hicieron todo lo posible para desecar el lago y entubar los ríos. El viaducto Miguel Alemán descansa sobre el lecho del río La Piedad y el circuito Bicentenario se trazó sobre el río Mixcoac. Las inundaciones del siglo XXI no resultan extrañas, las aguas buscan su cauce natural.
Sin embargo, hacia mediados del siglo XIX, el valle de México aún contaba con su magnífico espejo de agua que los habitantes usaban para su esparcimiento, por entonces, era navegable.
El 21 de julio de 1850 la modernidad llegó al legendario lago de Texcoco: un barco de vapor llamado Esperanza, realizó su primer viaje de la ciudad de México a la población de Chalco. A partir de entonces, las novedosas embarcaciones surcaron los lagos del valle de Anáhuac y sus diversos canales, llevando pasajeros de Guadalupe-Hidalgo (actualmente la Villa), Tacubaya, San Ángel y Tlalpan a los hermosos vergeles de Xochimilco, Santa Anita o Ixtacalco.
Vapores como el Santa Anna, Moctezuma, Nevada o Nezahualcóyotl significaron horas de recreo y diversión para la sociedad entera. Y sin embargo, no faltaron los incidentes y los naufragios. En 1869, el vapor Guatimoc realizó seis viajes de prueba antes de invitar al presidente Juárez a realizar un recorrido por el lago.
Entre vítores, cohetones y música, Don Benito fue despedido en el muelle de La Viga. El vapor avanzaba arrojando su espesa estela de humo blanco que emocionaba a más de uno, cuando un gran estruendo sacudió a los invitados: una de las calderas había estallado. No hubo muertos pero sí un buen susto.
Al hacer la crónica del siniestro en el periódico El Renacimiento, Ignacio Manuel Altarmirano escribió: “llama la atención la buena fortuna del presidente quien sale siempre ileso de todos los peligros”. No era para menos, don Benito había logrado sobrevivir a diez años de guerra y hubiera sido una mala broma de la fortuna terminar en el fondo del lago de Texcoco.